02 enero, 2012

Plaza Once

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Bajo la tormenta, uno busca techo. Un techo sale algo caro. Son unos miles de pesos, una luca por seis como mínimo. Si el techo lo buscas con inmobiliaria, te puedes pegar un tiro para poder llegar a tener el dinero que te piden. Pero tampoco es lo que más preocupa, si entre tus manos tienes una criatura de apenas unos meses de edad. No todos la comparten mismo agrado en su presencia, por eso, has de esconderla mientras haya, dependa qué visita. Verde que te quiero verde, todo se pone verde después de la lluvia, pero bajo la tormenta todo permanece tenue, sin brillo ninguno, todos los colores se parecen. La mudanza me preocupa. Bajo la tormenta todo queda y todo pasa. Nada se crea ni se destruye bajo la tormenta, todo se transforma, no es así, nada se cresa ni se destruye, permanece siempre contaste pero sin tener porque transformarse ni transformar, sólo por el hecho de pertenecer a ese instante; la tinta se corre, el papel se expande, la tierra se desploma como la cera sobre la vertical vela. Bajo la tormenta, las gotas caen hacia abajo, hasta llegar. Sin importar superficie, una gota de agua es una fuerza imparable y un objeto inamovible a la vez; multiplica una tormenta constante. A la gota de lluvia no le importa si volar, si tocar tierra, si hacer tierra, siempre va ha ser una gota en constante movimiento. Formará parte de una tormenta, o de su consecuencia, o de su contenido, en todo caso de su producto final, pero si la tormenta no cesa. Esa gota siempre es nada, solamente movimiento.

Bajo la tormenta uno mira tras los cristales, pidiendo que no te cobre mucho por limpiarte la luna, pero es que ya te la llenó de jabón. Bajo la tormenta uno come en un restaurante, dentro del restaurante, fuera, sobre las mesas de fuera un bando de cinco palomas, de mejor a peor estado, fuera consumían cualquier cosa, desarrollaron una habilidad sorprendente para abrir los sobres de azúcar, terminaron por abrir los sobrecitos de sacarina. Por disputarse los granos que al aire saltaban, dos perdieron un ojo, todos los dedos de su pata, esta ya nunca subía a las mesas, siempre esperaba bajo ellas. Más de dos perdieron el plumaje de su cabeza, otra toda la cola, completamente pelada tenía la cola. Dentro, bajo la tormenta, uno come milanesa refrita de años nuevos pasados y ensalada césar como pavo relleno, y la heladera llena de marisco. Bajo la tormenta en los retaoranes se come cualquier cosa pero no se pierde nada, todo se transforma. Las palomas, se comen las cucarachas y los restos de paloma, las polillas alimentan, son presa de las ratas con alas, estás que no manchan nada de fuera pero que lo tienen todo cagado por dentro, los murciélagos. Los indigentes y los agentes comparten las calles, con las putas, ah! Estas ya no tanto, bueno sí, con las putas, los colectiveros, los tacheros and comunity company. Barrios que mirando sus alcorques puedes saber de ellos, de los que habitan. La canalla que remena las escombrerias buscando su caga tió, su regalo de Navidad, regalo envuelto en plástico negro, pero aún así un regalo para abrir. Bajo la tormenta cualquier sorpresa es sorpresa y un presente un presente. Una miga de pan, un camino, un nuevo año. Bajo la tormenta no importa la salida, si siempre estás entrando bajo la tormenta camino de Colmenar Viejo, donde un tipo te cuenta como ha pensado matar a su mujer, trabajando dos turnos seguidos, diez y seis horas de lunes a lunes. Y los militares controlando los trenes allá por el dos mil cuatro, y yo en Alcalá de Henares repartiendo petróleo y pizzas y agitando la Vespa pa mezclar el aceite con la nafta y poniendo aceitunas en todo lo redondo. Todo lleno de velas. Bajo la tormenta es bueno soplar velas, dos mil doce velas para soplar son toda una candela una iluminación.


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