14 febrero, 2014


Leyenda de la Flor de Amancay. 





02 febrero, 2013

Primer día de las 7 diferencias.

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 BUSCA ERRORES GRAMATICALES, DE ACENTUACIÓN, DE EXCLAMACIÓN; TODO LO QUE VEAS. ENTRE ESTOS DOS TEXTOS. hoy un cuento corto. ¡OJO! SIETE ERRORES HERRORES ENTRE ESTOS DOS TEXTOS, NO LOS QUE A TI SE TE ANTOJEN. OJO!


TEXTO I

ROMERO, ROMERO, ROMERO.


 Sentado mirando al techo estaba pensando cómo avanzar con el personaje de mi última novela “Brasas en papel de diario”. Este personaje es una mujer madura, en uno de esos días influenciados por la luna, plena de pensamientos negativos sobre si esa sería su última menstruación antes de la menopausia. Cansada sobre la cama, mirándose tumbada frente al espejo, observándose los lunares y las cicatrices de su cuerpo mientras recuerda caricias. 

.Últimas líneas escritas. 

Sus manos son ya muy distintas a las manos que recuerda, comienzan a vérsele las venas, cada día se ve más pecas. Recorre con la mirada la habitación reparando en cada detalle que la suma, los ordena por épocas, contempla el camino andado, calcula desde los nueve años hasta los cuarenta y ocho que tiene: Su caballito verde de natación, su bola de golf de su primer diez y ocho, su orla universitaria (fila cuatro columna siete), una flor seca como punto de libro dormida entre las páginas de la novela “Cuarto de chorizo en papel de periódico” de Ángel Abajo, Premio Planeta de ese año, treinta y dos edición. Prende incienso, un delgado hilo de humo cae hacia arriba impregnando con su aroma todo el ambiente. Las doce del medio día. La ventana cerrada, la persiana bajada, las cortinas echadas. La lámpara de lectura prendida en la cabecera de la cama, bajo el cuadro “Otra primavera” de Oscar Bermudez2015. 

 Decido salir de casa, perderme por el bosque de La Alhambra, buscando inspiración en el rumor de sus aguas. Permanezco quieto, escuchándome y escuchando. Escucho animales para los cuales paso desapercibido, pequeños roedores, pájaros y reptiles que se acercan al arroyo a beber agua, percibo la hoja cansada cuando se suelta del árbol y se deja caer, el viento que la acompaña hasta posarla en el suelo. El caminar de las sombras conforme el sol avanza como la tarde. El sonido de mi corazón en sístole y diástole, mi respiración, el peso de mi cuerpo sobre el suelo, los puntos que apoyo, en los que me apoyo, donde me apoyo. Pienso en mi personaje, en la mujer, aún no le he puesto nombre. Debería ponerle nombre. Pienso en nombres de mujer, primero se me ocurren nombres que Ella hubiera elegido de haber podido decidir; Raquel, Rosario, Margarita, África, Amancay. Nombres que sus padres le hubieran puesto; María, Cristina, Carmen, Leonor, Encarnación. Pienso en mujeres, no dejo de pensar en mujeres, abro los ojos, una hoja arrastra la corriente, tengo una erección. Sigo pensando en mujeres, no puedo dejar de pensar en mujeres, en todas y cada una de las mujeres que han pasado por mi vida, curiosamente mujeres con las que he tenido y no he tenido relaciones sexuales, pero la erección no cae, sigue erguida, como un pájaro atrapado intentando salir del pantalón reventando la cremallera. La libero, comienzo a masturbarme, cierro los ojos, olvido que estoy en el bosque de La Alhambra e imagino que estoy entre todas esas mujeres que visualizo en imágenes perfectas. Termino recibiendo el semen sobre la palma de mi mano derecha, recupero la respiración. Quiero limpiarme la mano en el fresco arroyo que corre. Alguien viene, ¿Quién puede ser a estas horas, por estos lugares? Es una gitana, viene buscando romero que luego venderá a los turistas que visitan La Alhambra. Escondo rápidamente mis vergüenzas, subo mi cremallera, cierro mi mano escondiendo el semen, salgo corriendo, huyendo hacia mi casa. Quiero llegar a la fuente que hay más abajo, justo antes de llegar a casa. Se me acerca, ella se me acerca, la gitana se me acerca y me invade, ¿quiere venderme romero, o peor, me querrá leer las líneas de la mano? Huyo, la miro desafiante, ella me cierra el paso, me frena, me atrapa. Romero pa que se vaya lo malo y entre lo bueno. Me dice la gitana. No. Contesto yo. Me agarra por el brazo, me gira, se pone en frente mía, guardándose el romero en un bolsillo del delantal, me agarra la mano derecha, me la abre y se dispone a leerme mi futuro. Cuando descubre lo que llena mi mano ya es tarde, se lo ha llevado entero con su mano al abrir la mía. Ahora mi semen lo tiene ella, en su mano. Descubre qué es esa viscosidad por el rubor de mi cara. Me pega una bofetada, me insulta y me maldice. Jamás en tu vida se te va a poner dura esa carne. Me dice la gitana a gritos mientras se limpia mi semen de su mano sobre mi camiseta, sobre mi pecho. De esto hace ya más de diez años. Desde aquel día no he vuelto a tener una erección en mi vida. He probado todos los remedios que pude y a mi alcance estuvieron. Sólo consigo la erección en el Bosque de La Alhambra, con el rumor de sus aguas. Aún no terminé la novela “Brasas en papel de diario”, ni he vuelto a escribir una palabra, sólo: romero, romero, romero, romero, romero, pa que se vaya lo malo y entre lo bueno, romero, romero, romero… 


TEXTO II 

ROMERO, ROMERO, rOMERO 


 Sentado mirando al techo pensando estaba, en cómo avanzar con el personaje de mi última novela o su historia, “Brasas en papel de diario”. Este personaje es una mujer madura, en uno de esos días influenciados por la luna, plena de pensamientos negativos sobre si esa sería su última menstruación antes de la menopausia. Cansada sobre la cama, mirándose tumbada frente al espejo, observándose los lunares y las cicatrices de su cuerpo mientras recuerda caricias. 

(Últimas líneas escritas) "para desarrollar más" (leer más tarde). 

Sus manos son ya muy distintas a las manos que recuerda, comienzan a verse sus venas bajo su piel, cada día se ve más pecas y más ella peca. (para pensar más tarde). Recorre con la mirada la habitación reparando en cada detalle que la suma, los ordena por épocas, contempla el camino andado, calcula desde los nueve años hasta los cuarenta y ocho que tiene: Su caballito verde de natación, su bola de golf de su primer diez y ocho, su orla universitaria (fila cuatro columna siete), una flor seca como punto de libro dormida entre las páginas de la novela “Cuarto de chorizo en papel de periódico” de Ángel Abajo, Premio Planeta de ese año, treinta y dos edición. Prende incienso, un delgado hilo de humo cae hacia arriba impregnando con su aroma todo el ambiente. Las doce del medio día. La ventana cerrada, la persiana bajada, las cortinas echadas. La lámpara de lectura prendida en la cabecera de la cama, bajo el cuadro “Otra primavera” de Oscar Bermudez2015. 

Decido salir de casa, perderme por el bosque de La Alhambra, buscando inspiración en el rumor de sus aguas. Permanezco quieto, escuchándome y escuchando. Escucho animales para los cuales paso desapercibido, pequeños roedores, pájaros y reptiles que se acercan al arroyo a beber agua, percibo la hoja cansada cuando se suelta del árbol y se deja caer, el viento que la acompaña hasta posarla en el suelo. El caminar de las sombras conforme el sol avanza como la tarde. El sonido de mi corazón en sístole y diástole, mi respiración, el peso de mi cuerpo sobre el suelo, los puntos que apoyo, en los que me apoyo, donde me apoyo. Pienso en mi personaje, en la mujer, aún no le he puesto nombre. Debería ponerle nombre. Pienso en nombres de mujer, primero se me ocurren nombres que Ella hubiera elegido de haber podido decidir; Raquel, Rosario, Margarita, África, Amancay. Nombres que sus padres le hubieran puesto; María, Cristina, Carmen, Leonor, Encarnación. Pienso en mujeres, no dejo de pensar en mujeres, abro los ojos, una hoja arrastra la corriente, tengo una erección. Sigo pensando en mujeres, no puedo dejar de pensar en mujeres, en todas y cada una de las mujeres que han pasado por mi vida, curiosamente mujeres con las que he tenido y no he tenido relaciones sexuales, pero la erección no cae, sigue erguida, como un pájaro atrapado intentando salir del pantalón reventando la cremallera. La libero, comienzo a masturbarme, cierro los ojos, olvido que estoy en el bosque de La Alhambra e imagino que estoy entre todas esas mujeres que visualizo en imágenes perfectas. Termino recibiendo el semen sobre la palma de mi mano derecha, recupero la respiración. Quiero limpiarme la mano en el fresco arroyo que corre. Alguien viene, ¿Quién puede ser a estas horas, por estos lugares? Es una gitana, viene buscando romero que luego venderá a los turistas que visitan La Alhambra. Escondo rápidamente mis vergüenzas, subo mi cremallera, cierro mi mano escondiendo el semen, salgo corriendo, huyendo hacia mi casa. Quiero llegar a la fuente que hay más abajo, justo antes de llegar a casa. Se me acerca, ella se me acerca, la gitana se me acerca y me invade, ¿quiere venderme romero, o peor, me querrá leer las líneas de la mano? Huyo, la miro desafiante, ella me cierra el paso, me frena, me atrapa. Romero pa que se vaya lo malo y entre lo bueno. Me dice la gitana. No. Contesto yo. Me agarra por el brazo, me gira, se pone en frente mía, guardándose el romero en un bolsillo del delantal, me agarra la mano derecha, me la abre y se dispone a leerme mi futuro. Cuando descubre lo que llena mi mano ya es tarde, se lo ha llevado entero con su mano al abrir la mía. Ahora mi semen lo tiene ella, en su mano. Descubre qué es esa viscosidad por el rubor de mi cara. Me pega una bofetada, me insulta y me maldice. Jamás en tu vida se te va a poner dura esa carne. Me dice la gitana a gritos mientras se limpia mi semen de su mano sobre mi camiseta, sobre mi pecho. De esto hace ya... más de diez años y muchos más. Desde aquel día no he vuelto a tener una erección en mi vida. He probado todos los remedios que pude y a mi alcance estuvieron. Sólo consigo la erección en el Bosque de La Alhambra, con el rumor de sus aguas. Aún no terminé la novela “Brasas en papel de diario”, ni he vuelto a escribir una palabra, sólo: romero, romero, romero, romero, romero, pa que se vaya lo malo y entre lo bueno, romero, romero, romero… Cambié de sexo, pero igual. ¿Quieres romero pa que salga lo malo y entre lo bueno?

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07 agosto, 2012

trece para el Jueves


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Desnuda la mañana y sin sol, ¡que frío viene el amanecer! Un rayo de esperanza relampaguea ( El porvenir nunca viene, por eso se llama por venir, Ángel Gonzalez). Congreso se convierte en Tejedores y de entre los pliegues del amor Pedro Guerra, El doce de agostos el reloj del mundo quiere y el porvenir es una luz y una encrucijada, un tablero de ajedrez con un rey sobre el unicornio alado y; la caja arde, pero si vas deprisa el río se apresura si vas despacio, el agua se remansa. Bajo la tormenta el calabobos es mal de muchos. Bajo la tormenta. http://www.youtube.com/watch?v=W_Emy_19bos

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08 julio, 2012

Doce Arcoíris


 Bajo la tormenta! Bajo la tormenta existe un hogar de niños con el agua negra, para beber con hierbas o mate con yuyos. Agua que lava y moja los juguetes, los cuchillos, las cabezas. Como no entra el sol, nunca proyectan sombra porque son voces y gritos amontonados, columnas de colchones y ropa, libros apilados, impolutos, recostados. El agua hirviendo en ollas de no sé qué material, llenas de golpes, por dentro y por fuera, guardando la forma conteniendo calentando la sopa. Recaliente. Las frutas son lanzadas a la cara, suerte que no son granadas; son limones, naranjas, los cuchillos por los tejados, los cuerpos sobre la mesa, personas recortadas en fotos y recortes de prensa. La televisión aturde y contagia, salpica muerde envenena. Los niños se ríen, bajo la tormenta y comparten la mesa y la tormenta y la lluvia y las centellas. Las estrellas son de pasta y llenan la sopa y los sueños. Pero hoy no toca sopa, toca yuyos y caldo con pan y mermelada. Bajo la tormenta, por raro que parezca, hay un hogar de niños donde se soplan velas y tienen suerte los niños y tienen torta y tienen presente. Bajo la tormenta el niño juega a la rayuela y la tiza y la lluvia también juegan. Y la calle y los niños y el juego forman la mejor de las sonrisas y parece que uno ve arcoíris multicolores infinitos. Bajo la tormenta hay encuentros y despedidas con abrazos y besos por tos los costaos. Bajo la tormenta hay un hogar de niños, con un patio de su casa particular que cuando llueve se moja como los demás. El hogar de niños tiene las paredes blancas, no se ven ceras ni crayones, pero se puede leer Feliz Cumpleaños, se pudo escribir Feliz Cumpleaños. Bajo la tormenta no se pudo apagar la televisión pero se pudo plasmar en sus paredes Feliz Cumpleaños, y soplar velas, y por eso, ese día, bajo la tormenta, se cantó y se sopló, y se compartió una mesa. Bajo la tormenta los niños comparten mesa con una liebre y Alicia y … ¿Quién era el tercero? La mesa limpia y los cuchillos por los tejados y los juguetes mojados, pero cuando todo conjuga para niño o juego resulta sonrisa, formas o sombras y viceversa; es por los niños que existen los arcoíris, es que existen los arcoíris porque los niños lloran de risa. Y, por las ventanas y los patios de los hogares de niños, bajo la tormenta lucen todas las luces y las sombras y las formas. Bajo la tormenta uno puede ver una gota de lluvia o una mejilla, una lágrima sobre la tierra.        Doce  Arcoíris.

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02 marzo, 2012

EL PUEBLO DE LAS OLLAS. (Página nº11).

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Tengo que ir a contarle a Soledad lo ocurrido, debe estar nerviosa con tanto alboroto en el pueblo. No debe entender nada, o todo. Quiero que conozca también a Día. Así mi padre tiene para relajarse y llegar a casa, y al pueblo. Por ser el alcalde, supongo que tendrá que dar muchas explicaciones de todo esto, hablar con Joaquín, tranquilizar al pueblo, y tantas cosas más. Hasta la próxima salida, contando con que la hubiera o hubiese; supongo que el motor que rescaté será para reparar el del otro camión, algo más pequeño y viejo, de un eje, oí. Eso es mucho tiempo, mucho tiempo para hablar con mi padre, y no sé por qué, creo que mi padre quiere hablar largo y tendido para espolear bien la lana.

Suelto a Día en el suelo, su sombra es tan lenta como sus pasos. Camina hacía Soledad, aullando llega hasta sus pies. Soledad lo ignora refugiando su atención, en la cambiante luz por el follaje de los árboles que observa por su ventanal. Día le toca los tobillos con su húmeda tófuna, redonda como un botón redondo de algodón. Soledad entonces mueve su pierna, repara en él. Lo agarra, lo levanta, lo coloca en su regazo y lo acaricia, sigue mirando el viento y las luces jugar por las hojas. Me siento donde siempre me siento, a su lado; ella levanta a Día de su falda y me lo ofrece como un presente. Ten. Dice Soledad. Jamás pronunció una palabra, en tanto tiempo como vengo visitándola. Ten. Dice Soledad. Ten. La Muerte no vendría este día para mi padre, como él gritaba. Día debía llegar a mí. Soledad habla. Soledad me contará del Olvido. Soledad me hablará de mi madre. No sé en qué orden primero ni me importa. Se avecinan aciagos tiempos durante varias estaciones seguidas. Suerte de Día y su llegada. Acompaño a Soledad mirar el juego de luces apagarse en el ocaso.

Soledad fue la única que volvió del Olvido, sola, por su propio pie. Sin ayuda de nadie. Casi una semana. Habla de nada con nadie. Asearse, comer y mirar por la ventana son sus quehaceres diarios, ningún otro. Soledad perdió a su marido y a su hijo un día que el Olvido entró en el pueblo. Hay que quedarse quieto, sentado en el suelo de dura piedra hasta que se disipa la niebla. Si te mueves, estás perdido. El barro tarda un segundo en tragarte. Crees que estás pisando piedra pero no, es barro, y cuando das cuenta de ello ya es demasiado tarde. Ella salió al Olvido a buscarlos, pero volvió sin ellos. En realidad no sé si ella quiso volver. Creo que fue por error, o quizá tuvo suerte y no llegó a dar ni tres pasos en línea recta por el Olvido. Un día amaneció detrás de la casa del panadero; él fue quien la encontró cuando al alba fue al horno a prender la leña para cocer el pan. La encontró bajo el naranjo, echa una bola de barro y fango toda ella. Tampoco sé por qué nunca más lo volvió a intentar, buscar a su familia, o perderse en el Olvido. A veces veo en sus ojos una llama de esperanza, como si en sus sueños viera regresar a su marido y a su hijo de entre la niebla como ella regresó, pero de esto ha pasado ya mucho tiempo. Mucho tiempo. Mucho.

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26 febrero, 2012

EL PUEBLO DE LAS OLLAS. (Página nº10).

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Capítulo 2º: Soledad


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02 enero, 2012

Plaza Once

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Bajo la tormenta, uno busca techo. Un techo sale algo caro. Son unos miles de pesos, una luca por seis como mínimo. Si el techo lo buscas con inmobiliaria, te puedes pegar un tiro para poder llegar a tener el dinero que te piden. Pero tampoco es lo que más preocupa, si entre tus manos tienes una criatura de apenas unos meses de edad. No todos la comparten mismo agrado en su presencia, por eso, has de esconderla mientras haya, dependa qué visita. Verde que te quiero verde, todo se pone verde después de la lluvia, pero bajo la tormenta todo permanece tenue, sin brillo ninguno, todos los colores se parecen. La mudanza me preocupa. Bajo la tormenta todo queda y todo pasa. Nada se crea ni se destruye bajo la tormenta, todo se transforma, no es así, nada se cresa ni se destruye, permanece siempre contaste pero sin tener porque transformarse ni transformar, sólo por el hecho de pertenecer a ese instante; la tinta se corre, el papel se expande, la tierra se desploma como la cera sobre la vertical vela. Bajo la tormenta, las gotas caen hacia abajo, hasta llegar. Sin importar superficie, una gota de agua es una fuerza imparable y un objeto inamovible a la vez; multiplica una tormenta constante. A la gota de lluvia no le importa si volar, si tocar tierra, si hacer tierra, siempre va ha ser una gota en constante movimiento. Formará parte de una tormenta, o de su consecuencia, o de su contenido, en todo caso de su producto final, pero si la tormenta no cesa. Esa gota siempre es nada, solamente movimiento.

Bajo la tormenta uno mira tras los cristales, pidiendo que no te cobre mucho por limpiarte la luna, pero es que ya te la llenó de jabón. Bajo la tormenta uno come en un restaurante, dentro del restaurante, fuera, sobre las mesas de fuera un bando de cinco palomas, de mejor a peor estado, fuera consumían cualquier cosa, desarrollaron una habilidad sorprendente para abrir los sobres de azúcar, terminaron por abrir los sobrecitos de sacarina. Por disputarse los granos que al aire saltaban, dos perdieron un ojo, todos los dedos de su pata, esta ya nunca subía a las mesas, siempre esperaba bajo ellas. Más de dos perdieron el plumaje de su cabeza, otra toda la cola, completamente pelada tenía la cola. Dentro, bajo la tormenta, uno come milanesa refrita de años nuevos pasados y ensalada césar como pavo relleno, y la heladera llena de marisco. Bajo la tormenta en los retaoranes se come cualquier cosa pero no se pierde nada, todo se transforma. Las palomas, se comen las cucarachas y los restos de paloma, las polillas alimentan, son presa de las ratas con alas, estás que no manchan nada de fuera pero que lo tienen todo cagado por dentro, los murciélagos. Los indigentes y los agentes comparten las calles, con las putas, ah! Estas ya no tanto, bueno sí, con las putas, los colectiveros, los tacheros and comunity company. Barrios que mirando sus alcorques puedes saber de ellos, de los que habitan. La canalla que remena las escombrerias buscando su caga tió, su regalo de Navidad, regalo envuelto en plástico negro, pero aún así un regalo para abrir. Bajo la tormenta cualquier sorpresa es sorpresa y un presente un presente. Una miga de pan, un camino, un nuevo año. Bajo la tormenta no importa la salida, si siempre estás entrando bajo la tormenta camino de Colmenar Viejo, donde un tipo te cuenta como ha pensado matar a su mujer, trabajando dos turnos seguidos, diez y seis horas de lunes a lunes. Y los militares controlando los trenes allá por el dos mil cuatro, y yo en Alcalá de Henares repartiendo petróleo y pizzas y agitando la Vespa pa mezclar el aceite con la nafta y poniendo aceitunas en todo lo redondo. Todo lleno de velas. Bajo la tormenta es bueno soplar velas, dos mil doce velas para soplar son toda una candela una iluminación.


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